Montse de Paúl
Conjunto de cuatro tablas pintadas por Sandro Botticelli, hacia 1483. Tres de ellas, están actualmente en el museo del Prado de Madrid y la cuarta en colección particular. Las tres del Prado entraron a formar parte de la colección en 1941 con el legado Gambó. Posiblemente formaron parte de la cámara nupcial que encargó Antonio Puzzi para su hijo Giannozzo. Era costumbre recubrir las paredes de la cámara con cuarterones de madera (spallieras) pintadas para proteger de la humedad y el frío. Los temas pintados en ellas, solían ser temas moralizantes al estilo de la época. En este caso, el encargo que se hizo a Botticelli fue bien claro, debía recrear la historia de Nastagio degli Onesti, que aparece en el octavo relato del quinto libro del Decamerón de Boccaccio.
Pudiera ser la mentalidad de la época ó la maldad de Puzzi lo que le llevó a plasmar en las paredes de la cámara de su hijo y su nuera, Lucrecia Bini, una moraleja que, como se cuenta al principio del relato, "al igual que se alaba la piedad, tambien la justicia divina castiga rigurosamente nuestra crueldad". Es decir, un recordatorio permanente al nuevo matrimonio ó más bien, a la pobre desposada.
En el primer cuadro, aparecen varias escenas donde está Nastagio con amigos, tambien Nastagio en el bosque triste porque su amada no le corresponde y le rechaza. La siguiente escena representa a Nastagio viendo con horror como una mujer desduna e indefensa, es perseguida por un jinete armado y mordida por dos perros. Nastagio intenta defender a la mujer, pero el jinete le explica como, al ser despreciado por ella, se suicidó y se condenó y cómo, al poco tiempo, ella murió tambien en pecado y una vez en los infiernos, fueron los dos condenados eternamente a salir todos los días en esta cruenta persecución y cómo, despues de darle caza y arrancarle las entrañas, volvía a revivir su amada y tenían que empezar de nuevo. El dolor inmenso de él por perseguir a su amada y el dolor inmenso de ella, por revivir cada día esa monstruosa muerte.
En el segundo cuadro, se representa la acción en la cual el jinete abre en canal a mujer por detrás y sacándo las entrañas, se las da a los perros.
En el tercer cuadro, se representa un banquete que Nastagio a preparado para sus amigos, amada y familiares, en el mismo lugar del bosque donde se desarrolla la acción todos los viernes. Al aparecer el dantesto episodio, Nastagio explica a todos el drama que están presenciando. En otro punto del cuadro, vemos a la criada de su amada como le da el recado de su ama temerosa, diciéndole que lo ha entendido y que está dispuesta a complacerle en todo.
El cuarto cuadro, representa el banquete nupcial.
La narración de Boccaccio evoca un castigo y el terror que sintió la joven que desdeñaba a Nastagio y , que ante el miedo, se plegó a todo lo que él le pedía.
La obra debemos ubicarla en su contexto histórico donde las mujeres debían aprender desde la cuna cómo tratar a sus maridos, debian aprender sumisión desde su infancia.
Hay todo un relato de violencia soterrada, tanto en el texto como en la pintura.
La desnudez del cuerpo femenino contrasta con los ropajes masculinos. Humillación, sumisión, fuerza bruta. El pecado de ella, haberse negado a amar a un hombre y haberse burlado de él. El pecado de él, haber amado tanto y no soportar el fracaso, hasta el punto de quitarse la vida.
Tenemos castigo, melancolía, sumisión, crueldad, física y mental. La forma en que está representado, nos hace dudar si es real ó es un sueño de Nastagio que sería capaz de cualquier cosa por conseguir a su amada. Podríamos movernos en dos planos, uno real y otro onírico ó fantasmal.
Pensar que hoy en día se pudiese representar esta historia y colgarla en un museo, sería un sueño, pero lo patético es que sí es una realidad. Ocurre, pero no se puede representar. No es moralizante ni es aleccionador. Es un asesinato. Por eso he dicho al principio que hay que ver la obra en su contexto histórico. Aunque la prepotencia y la soberbia del hombre, sea de la época que sea, debe de ir impresa en los genes. Hagamos una pequeña retrospección en el tiempo: en todas las épocas veremos que en las representaciones artísticas las mujeres simpre llevan las de perder: ó gordas y acosadas por viejos verdes ó raptadas por toros inmensos. Ó son crueles asesinas ó están siempre holgazaneando ensimismadas con ellas mismas. Son moneda de cambio en bellos retratos de corte ó son moralejas ejemplarizantes. Durante tantos siglos la mujer ha ocupado un estadio tan pobre en la vida del hombre, que harán falta los mismos siglos para borrar esa herencia genética impresa. Y esa manía de pintarnos siempre desnudas a nosotras y privarnos de la misma desnudez en el hombre, es pura crueldad. Gracias a los griegos por darnos imágenes tan perfectas de sus desnudos.